El Carnaval Riojano: la Fiesta de la Chaya

En el tiempo del carnaval se hace la Fiesta de la Chaya, celebración popular de la provincia de La Rioja, que revive antiguos rituales agrarios del mundo andino.
Se la hace al finalizar la época de las lluvias y cuando comienzan las cosechas. Es agradecimiento y pedido de protección a la Pachamama, la Madre Tierra, por los frutos que otorga, en una mezcla de esfuerzo humano y milagro de la naturaleza. Es una fiesta sagrada y religiosa. Finalmente, la vida sigue siendo un misterio.
Chayar significa, en lengua quichua, mojar o rociar. El agua es uno de los ingredientes elementales de la fiesta. También la harina, la albahaca, y la chicha o la aloja. La chicha puede ser de maíz o de maní, es una bebida alcohólica fermentada. La aloja es fermentación de la algarroba.
Agua y harina se echan encima unos participantes a otros.

Los símbolos agrarios

El agua es símbolo vital de la agricultura y del hombre. Con ella se rocía la tierra y sus frutos, y las personas también se rocían con ella, además, para bendecirse. Antes de que se crearan las bombitas de agua, se utilizaban huevos de aves llenados con agua para mojarse unos a otros.
Durante la fiesta los participantes se echan entre ellos agua y harina.

La harina que iguala

La harina representa a los frutos de la cosecha, pero también se usará con la función de igualar a todos en el carnaval. La harina los enmascara para hacer perder la identidad particular de cada uno: en esas fiestas son todos iguales, no hay jerarquías, y habitan un espacio donde todos se liberan sin ser juzgados.

Con la harina no hay novios ni esposas, ni comisarios, ni pobres, ni ricos, Todos por igual podrán relacionarse en el amor de amistad, e incluso sexualmente. Por eso se suele escuchar en el seno de una familia del noroeste, que tal o cual hijo es “hijo del carnaval”. “Es” aceptado si fue gestado durante el tiempo sagrado del carnaval. Si hubiese sido gestado fuera de ese tiempo, entonces sería juzgado como una infidelidad.

El tiempo es otro en el carnaval

El tiempo del carnaval es otro, es sagrado. Se detiene, no corre, no se cuenta. Es un momento de simbologías y rituales, de renovarse para volver luego, una vez más, al tiempo de todo el año en que sí corre, transcurre y se gasta. El ciclo del trabajo y del sacrificio, la espera y la angustia por la nueva cosecha, hasta el próximo carnaval.

Rociarse con harina y agua, es además salirse del orden cotidiano que agobia con sus normas y leyes, y sumergirse en el caos donde se percibe una sensación de liberación total.

El carnaval, un tiempo de inconciencia

Podemos hacer una referencia psicológica: nuestra personalidad tiene (es) más inconciencia que conciencia. Y el “inconsciente” no tiene moral, ni “lo que debería ser”, ni tiempo sucesivo, sino que está en una especie de eterno presente. Por eso podemos deducir que el carnaval como ritual es un acto de inconciencia colectiva, irracional, de liberación del inconsciente colectivo (y que nos disculpen los profesionales de la salud mental, por nuestra burda explicación).
Pero cuando se acaba el carnaval, todo deberá volver a su cauce “normadamente” social. Porque todos nos damos cuenta de que no sería posible un mundo anárquico, sin normas acordadas para la convivencia.
Así reza una copla:


“Ya se viene el carnaval,
y la Justicia entrará en receso,
ojalá que para marzo,
no marchemos todos presos”.

La coincidencia de los opuestos durante el carnaval

Se celebra la fertilidad y la abundancia. El rito es la creación de un espacio y tiempo diferente donde los opuestos coinciden: la escasez de la siembra versus la abundancia de los frutos; la dureza del trabajo versus el ocio y la diversión; el aislamiento del hombre campesino de aquellos páramos versus el encuentro colectivo; las fuerzas humanas versus las fuerzas avasallantes de la naturaleza (y de los dioses), a las que no logran imponerse.
Originalmente en los carnavales se usaba el almidón de trigo, que llegaba de Bolivia. No, harina, que es más gruesa, porque recordemos que el trigo llegó a La Rioja recién en el siglo XVII.

La albahaca

La albahaca oficia de protectora de los males y ahuyenta a la persona del diablo del carnaval.
En Bolivia se usaba el clavo de olor, traído por los españoles desde Indonesia, como aromatizante para perfumar la harina que se echarían encima. Pero en La Rioja pasaron a usar la albahaca, hierba aromática originaria del Medio Oriente y traída por los españoles. Los que juegan al carnaval se cuelgan un ramito de albahaca de su oreja: si lo llevan en la izquierda significa que están solteros o solteras, y si lo llevan en la derecha, casados.

En la Roma imperial llamaban a la albahaca “la hierba de la suerte”, porque decían que traía buena suerte. Aunque soñar con albahaca era presagio de desgracias o mala suerte. Hoy, sus hojas en forma de corazón, son consideradas un símbolo de amor. Tal vez por todo esto, haya pasado a usarse en los carnavales de América.
El olor de la albahaca perfuma el aire del carnaval. La harina y el agua, el canto de la copla en las gargantas, van abriendo las tranqueras del espíritu al diablo del carnaval, que por otro lado habrá que eludir para que no los atrape para siempre. Por eso también es que se “pintan” o cubren –con harina- las caras, para engañar al diablo y que no se los lleve con él. Y la albahaca, que suele usarse para ahuyentar a los mosquitos o a los bichos de las huertas, en el carnaval sirve para ahuyentar a todos los males y hasta al mismo dios “Momo”.

La albahaca para don Armando Tejada Gómez

El gran poeta mendocino de toda América, Armando Tejada Gómez, escribió “La muerte de la albahaca”, donde refiere la nostalgia del carnaval durante el año:

“Voy llenando los platos, ausente del sonido,
como mirando atrás, como atrás del pañuelo
y mientras vuelco el frito de pimentón rojo
siento que, de repente, se derrumba el olvido:
una se pasa el año soñando con la albahaca.
Pasa que nunca pasa el año mujeriego.
Una guarda en la oreja algunas picardías,
picaduras de abejas y cuentos de velorio,
siembra albahaca a la orilla de la acequia sonora
hasta que el carnaval suelta todos los toros
y más luego, el Pukllay fusila la tristeza…”

“Suenan lejos las cosas: desde allá del sonido.
Demoradas, eternas, son la cueva del sueño.
Atrás, la noche espera parada en los nogales
y un aroma de albahaca pasa arriba, en el viento.”

Pues así pasan los días y así se va amasando la vida, como se puede amasar una rica pizza con agua pura, harina de trigo y albahaca fresca, con tomate maduro, queso mozzarella y una pizca de levadura y ají para endiablarla como el “Pujllay”.

Elegimos la canción “De noche y albahaca”, del CD “Milagro en el sol”, de y por el gran cantautor y músico riojano, Omar “Pica” Juárez.

Fuente: Sergio Alfredo Chumbita, profesor de Historia del Ateneo de Estudios e Investigaciones Históricas de Arauco. Esta nota tiene como antecedente a la que escribimos acá.

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