Apología o defensa de la noche y de los nocheros
Hace varios años, llegó a mis manos un cuento de Ramón Gómez de la Serna. Me sentí muy identificado y me conmovió la síntesis genial que este gran escritor y pensador realizó en un relato literariamente colmado de belleza. Es que allí hace una defensa de quienes andamos o hemos andado de noche, por gusto. Porque la noche tiene su magia. No es lo mismo contemplar un fuego de noche que de día, o el mismo rostro de alguien a quien se ama. Claro que no desmereceremos al amanecer, ni al atardecer…
Por qué elegí la noche
En lo que me implica, confieso que si bien administré peñas nocturnas de modo comercial durante unos 18 años, es justo que aclare que mi pasión por esta modalidad me nació de unas fiestas populares que organizaba el movimiento católico del Buen Viaje. A través de la Congregación de Don Orione, donde yo había estudiado para sacerdote. Conocí ese movimiento, que terminó gustándome más que los mismos cottolengos, a los que recuerdo con enorme nostalgia. Después de cuatro años en Don Orione me fui a vivir a una sede de este movimiento en Tapiales, un barrio modesto, y a dedicarme de lleno a la organización de estas fiestas nocturnas, que buscaban impactar a la juventud marginal y motivar en ella un cambio de vida -dejar la droga, el alcohol, la delincuencia, etc.-. Esas fiestas se llamaban “Galpones”, porque parece que la primera se había hecho en un galpón de chapa y pintura.

Galpones
En los “galpones” se cantaba, se tocaba y se bailaba. Folklore y rock. Se realizaban obritas de teatro y guitarreadas. Se compartían tortas fritas con mate y se pasaban diapositivas. Era el año 1987. Cada sábado se hacía en un barrio diferente, siempre marginal, de la Capital y del Gran Buenos Aires. Fueron noches conmovedoras e inolvidables. Cuando puse mi primera peña deseaba continuar con aquello, por eso, a cada una, le imprimí la impronta de un centro cultural de múltiples artes y actividades, y de venta de infinidad de obras de arte y de productos regionales.
Hoy recuerdo esos tantos años de mis peñas, y me digo que nadie me quita lo bailado. Y que si alguien quisiera ser feliz, que se ponga una peña.

La magia de las metáforas
Permítanme una reflexión: Ramón Gómez de la Serna, no sólo describe a los personajes que solemos andar de noche, como los gatos por los tejados, sino que señala de modo magistral el punto exacto de equilibrio entre los extremos negativos de un positivismo o de un empirismo, de sólo creer en lo que se ve y se toca, o de creer en un misticismo delirante. Ese equilibrio está en la poesía y la metáfora, en el “como si”. Sabemos que los gatos, efectivamente, no vuelan, pero podemos creer que los gatos, metafóricamente, sí vuelan. La cultura de un pueblo se construye también con la poesía y las metáforas. Y quienes nos dedicamos al folklore sabemos de los mitos y leyendas, las que los positivistas rechazan por suponer que son delirios, por no poder captar su punto de equilibrio, su magia natural.
Lo dice Alejandro Dolina en sus “Crónicas del Ángel Gris”: “los refutadores de las leyendas, no se limitan a demostrar que el mundo es razonable y científico, sino que también lo desean, y ese es su mayor pecado”.
Los invito a disfrutar de esta maravilla literaria de Don Ramón:
El Gato que vuela, de Ramón Gómez de la Serna
Al gato que vuela no lo suelen ver más que los trasnochadores impenitentes, y eso si no pierden de vista la perspectiva de los tejados.
El gato que vuela no es que vuele seguido en el cielo de la madrugada; porque entonces sería un gran murciélago, si no sólo hace una cosa: que salta de alero en alero atravesando la calle, como si volase.
Como los naturalistas nunca andan por las ciudades de cuatro y media a cinco de la madrugada, no han podido anotar ese salto maravilloso—más vuelo que salto – que engatuña el cielo delirante en el entrevero de la noche y el día.
Sobre el autor
Gómez de la Serna nació en Madrid en 1888 y murió en Buenos Aires en 1963. Fue creador de un género de brevedades humorísticas que bautizó “greguerías”. Entre sus obras: Los muertos y las muertas, Automoribundia, El novelista. Las minificciones reproducidas pertenecen a Caprichos.”
Este texto pertenece a su obra Caprichos, de 1955 y fue extractado del libro Dos veces bueno 3, Cuentos breves de América y España. Colección Desde la gente. Antólogo: Raúl Brasca. Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos IMFC. (2002) Bs. As.