Bruno Arias y sus comienzos en La Peña del Colorado

Habían transcurrido varias noches, tal vez la mitad de las nueve lunas de Cosquín, en el encantador valle de Punilla, de la provincia de Córdoba. Habíamos puesto la primera Peña del Colorado en la Escuela de Artes “Emilio Caraffa”, a pocas cuadras de la plaza Próspero Molina. Es que habíamos decidido poner la peña muy tardíamente y sólo conseguimos esa escuela, que tenía muchas aulas pequeñas que daban a un patio central, a cielo abierto. Para esos tiempos, la flamante Peña del Colorado de la calle Güemes 3657, en Palermo, era sólo para guitarrear en las mesas. Pero por consejo del gran bajista Lalo Romero, fuimos a poner una peña durante el festival de folklore de Cosquín, pero Lalo nos insistió en que debíamos poner escenario con sonido. Y le hicimos caso. Contratamos al gran sonidista, Roberto “Tito” Ledesma, hermano de “La Chiqui”, oriundo de Venado Tuerto, que alguna vez había sido sonidista del mismo festival.

Nos resulta risueño recordar que las noches en que llovía, debíamos refugiarnos en las aulas de la escuela y suspender los espectáculos. Servíamos locro, tamales, humitas, empanadas, choripanes y vino. Fuimos como en cooperativa, de modo informal, con Claudio Sosa y sus músicos, Lalo Romero, Diego de la Zerda y José Santucho; La Chiqui Ledesma con su grupo instrumental Cosecha de Agosto, los hermanos Pedro y Matías Furió, Pedro Borgobello y Pablo Fraguela; mi ex socio Marcos Giuliodori, varios empleados/amigos de La Peña, y el grupo de Teatro independiente Pa.Ri.Va., conformado por Alfredo Rizo, Analía Marcolini, Javier Harguindeguy y Daniel Pappalardo. Ellos representaban obras de teatro gauchesco de su propia autoría, una hora antes de los espectáculos musicales.

Claudio Sosa fue elegido por Marcos Giuliodori como programador, y eso hizo que el nivel de artistas que se presentaron cada noche, fuera de excelencia. Pero además, a partir de la hora 17, Claudio recibía demos de nuevos artistas de todo el país que también querían mostrar su arte. Había una cola de media cuadra. Fue tal la altísima calidad de los artistas del repertorio, que todas las mañanas comprábamos los diarios más importantes del país y todos elogiaban la programación de La Peña del Colorado. Cortábamos los espectáculos a eso de las 6 de la madrugada. Una de esas, me saludó Mariano del Mazo, periodista de Clarín, que se había pasado la noche disfrutando de nuestros espectáculos.

No olvidaré jamás que una madrugada, llegó Julio Lacarra y dándome un fuerte abrazo, me dijo: “Gracias por devolver a Cosquín, el estilo y calidad de las peñas de antes”. Qué emoción haber recibido ese elogio de semejante referente. Tampoco olvidaré jamás, que años después, cuando abandoné la actividad de las peñas y de la noche a la mañana me encontré sin trabajo, recién casado y con mi hija pequeñita, fue Julio, uno de los pocos que me llamó para avisarme que me quería acercar unos pesos para ayudarme a pasar el mal momento. Una vez le preguntaron a León Gieco quién era su máximo referente, y respondió que “Julio Lacarra”…

Una de esas extensas jornadas, nos seguimos quedando durante toda la mañana. Creo que a la hora 06 debíamos cortar el sonido, pero seguíamos la velada guitarreando en las mesas y ya servíamos mate con pastelitos. De pronto, se había hecho la hora 14:00 y me quedaban apenas 3 horas para dormir, porque a la hora 17 había que salir de compras y recibir las propuestas, etc. De pronto, escuché que en una de las aulas seguían cantando. Un poco molesto a causa del cansancio me dirigí a pedirles que se retiraran, pero a medida de que me iba acercando, fui escuchando el bellísimo canto, melodioso, de un jovencito, que les cantaba a dos amigos. Desconocía la canción que interpretaba. Al llegar yo hasta ellos, el cantorcito me dijo: “¿Nos tenemos que ir, maestro?”. Y fue tal mi embeleso, que le dije: “Si vos querés seguir cantando, lo hacés tan lindo, que yo voy a prepararme mate y hoy le meto de corrido sin dormir con tal de seguir disfrutando de lo lindo que cantás”. Y así fue, que nos quedamos unas 3 horas, cantando, los 4. Esa noche, corrí a contarles a Marcos y a Claudio que había conocido a un talento increíble, oriundo de El Carmen, Jujuy, el pago de Jorge Cafrune. Ambos acudieron a escucharlo y confirmaron que era un artista especial, con muchas virtudes.

Al regresar a Buenos Aires decidimos agregar el escenario y los espectáculos. Y nos pusimos de acuerdo en pagarle el pasaje a Bruno, darle casa en el departamento que alquilaba Claudio Sosa en la esquina de Salguero y Santa Fe, a la vuelta de La Peña, darle comida en la peña e iniciarle una carrera. Bruno pasaba las tardes y las noches en La Peña. Cuando se ponía a cantar en una mesa, de madrugada, todos los clientes acudían a escucharlo. Pocas veces vi ese fenómeno, que sucedió justamente con dos jujeños: con él y con Ricardo Vilca. No necesitaban estridencias, ni rebolear ponchos, ni desplegar una “ametralladora” de chacareras para llamar la atención, ni cantar canciones trilladas. Eran auténticos, cantaban las canciones de su tierra, un cancionero nuevo, que producía tal embeleso en su entorno, que su club de fans crecía a paso agigantado y todo el mundo comentaba. Llegó Gieco por La Peña, el Colacho Brizuela, guitarrista histórico de Mercedes Sosa, Peteco Carabajal, y todos fueron conociendo el maravilloso talento de Bruno Arias.

Recuerdo las palabras de mi sabio ex socio, Marcos Giuliodori: Bruno hubiese llegado al reconocimiento popular de una u otra manera, inevitablemente. Pero La Peña le aceleró ese recorrido. Luego, sucedió con muchos músicos que fueron reconocidos y contratados en La Peña. También recuerdo al cantautor Hernán Genovese, quien siendo abogado, decidió en y gracias a La Peña, dejar esa profesión para lanzarse de lleno a la vida artística, de la cual no se arrepiente. Por las sucesivas crisis económicas y financieras de nuestro país, los espacios culturales han ido quebrando y desapareciendo, cuando son lugares de encuentro tan necesarios para la vida cultural de nuestro Pueblo, que generan amor de amistad y trabajo genuino de modo incalculable.

Claudio y Marcos fueron por más y ya habían elaborado un plan de lanzamiento artístico para representar a Bruno con la incipiente productora artística creada por Marcos Giuliodori: “Pata Ancha Producciones”. Bruno debía elegir a sus músicos y Marcos lo llevaría con todos los gastos pagos a la ciudad de Venado Tuerto para que grabara su primer disco en el estudio de grabación de “Tito” Ledesma, bajo el asesoramiento de los tres, Claudio Sosa, Marcos y “Tito”. Pero de modo sorpresivo, Bruno nos avisó que su amigo Pachi Alderete, de Jujuy, le iba a financiar su primer disco, que finalmente grabó en el estudio del cantante de pop, “Eddie” Eduardo Alfredo Sierra.

En la Argentina ya estaba instalado el fenómeno del folklore “shampoo” que había comenzado en la década de 1990 y curiosamente financiado y promovido por personajes vinculados al ex presidente Menem. Es decir, un folklore para “lavar cabezas”, festivalero, de bajo contenido poético y musical, con gran tendencia a lo romántico, rosando lo empalagoso, que arrasaba con todo un folklore de altísimo contenido poético, vocal y musical, con una rama de compromiso social e histórico. Esos grandes referentes que vendían millones de discos, de pronto no tuvieron más lugar en los festivales ni en los demás medios masivos de comunicación como la radio y la televisión. Hablamos de Alfredo Ábalos, apodado “El Goyeneche” o el gran fraseador del folklore, Víctor Velázquez, Carlos Di Fulvio, Suma Paz, Opus Cuatro, Chango Farías Gómez, Raúl Carnota, Jorge Viñas, Carmen Guzmán, José Larralde, Los de Imaguaré, Los Chalchaleros y tantos más. A cambio de ellos, coparon todos los festivales del país, la radio y la televisión, Soledad, el Chaqueño Palavecino, Los Nocheros, Luciano Pereyra, Los Tekis, Los Alonsitos, Los Amboé, etc.

Bruno, por momentos estuvo tentado en incluir en su repertorio, algunos temas con la nueva impronta, que magistralmente describiera Juan Falú: “un folklore que se toca rapidito”, para mover los pies y sin pensar. Es que era abrumadora la cantidad de trabajo que les surgía a “los nuevos del repertorio festivalero”, respecto de los “otros”. Pero ahí estábamos para indicarle a Bruno que La Peña del Colorado había logrado un prestigio por la calidad de artistas programados que continuaban la línea estética de los grandes referentes. No sólo elegían a La Peña los artistas jóvenes que continuaban la línea estética de los grandes, sino que la elegían los mismos grandes, como Carnota, Suma Paz, Chango Farías Gómez, Cantoral, Jorge Viñas, Enrique Espinosa, Jorge Marziali, Markama, Damián Sánchez, Carlos Di Fulvio, Víctor Velázquez, Rodolfo Dalera, Miguel Ángel Pérez, Gerardo Nuñez, Huancara, Jorge Suligoy, los poetas Leopoldo “Teuco” Castilla y Alejandro “Coyuyo” Carrizo, Dolina y muchísimos más. Ese mismo camino realizó el Dúo Coplanacu en Córdoba y durante más de 15 años en su peña de Cosquín, demostrando su éxito comercial. Tanto, que había días de semana, durante las 9 lunas, en que su peña convocaba más público que el mismo escenario mayor, con la diferencia de publicidad que había entre ambos.

Aprovechamos para citar al artista más taquillero de la actualidad, Abel Pintos. Quien en sus comienzos seguía con admiración los pasos de Bruno Arias. Lo recuerdo una noche, sentado, solo, en la última fila de un recital de Bruno en el Teatro ex ND Ateneo. Luego vino la acelerada escalada hacia el éxito comercial de Abel, que nos deja un sabor amargo. Porque fueron León Gieco y Víctor Heredia quienes lo catapultaron a la fama con el fin de que equilibrara la balanza frente al aluvión noventista, cantando canciones de calidad poética. Recordemos que en su mayoría cantaba canciones hermosas de Víctor Heredia o El Antigal, etc. Pero un día comenzó a ganar el terreno de su repertorio un cancionero propio, de baladas románticas, más bien despegado de la historia nacional, del paisaje y de la raíz folklórica. Una vez más, como a los advenedizos noventistas, a Abel se le abrieron todas las puertas y copó todos los festivales del país, una vez más, dejando muy poco espacio para los artistas locales y para los grandes referentes de la raíz folklórica. Y no sólo copó los espacios, sino también los presupuestos financieros de las Secretarías de Cultura de todos los pueblos del país. Entonces nos preguntamos: ¿Si hubiese seguido cantando folklore de calidad, hubiese ascendido de esa manera o hubiese quedado a mitad de camino con una fama menor, del nivel de su admirado Bruno Arias? Y es común escuchar la frase: “Y si la gente prefiere ese repertorio de baladas románticas para un público adolescente, como el de Soledad o Luciano o Los Nocheros, no es culpa de los artistas…”. Entonces volvemos a preguntarnos qué es primero, si el huevo o la gallina. ¿Por qué antes los cantores auténticamente populares como Larralde, Mercedes Sosa, Los Chalchaleros, Los Fronterizos, etc., eran tan exitosos como hoy Abel Pintos, y ahora no? ¿Cambió el gusto del público o se lo cambiaron? ¿El cambio cualitativo del humor de Tato Bores al de Tinelli (curiosamente en la década de los ’90), fue porque cambió el gusto del público o se lo cambiaron? ¿El público tuvo opción? Claro que el gusto del público también fue cambiando y se lo debemos a la decadencia de las políticas educativas estatales, al avance del narcotráfico en la Argentina y a la caída de la clase media. A nuestro parecer: “La raíz de todos nuestros males está en la política, estúpido”. Nos llamó la atención que en el programa de folklore de mayor raiting de la televisión argentina, Raíces de mi tierra, por Canal 7, la conductora seleccionada para todos los años bajo un gobierno que se declaraba en las antípodas del menemismo, fue Soledad, una emergente del folklore “shampoo” de los años ’90. Del mismo modo que no borró la “flexibilización laboral” que había inaugurado el “turco”, la cual fue llanamente una “precarización laboral”, que aún hoy esperamos que alguien la anule. Esta medida, también afecta a todos los artistas del folklore.

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