Manuel Andújar en La Peña
El Cliente más elegante y seductor
Manuel Andújar era un cliente de La Peña del Colorado, psicoanalista tucumano que alternaba medio mes en Buenos Aires y medio mes en Tucumán, donde tenía su familia. Me contaba que había trabajado unos quince años con presos. Venía a atender pacientes, en un departamento de la calle Corrientes al 600, aproximadamente, porque una vez estuve allí. Manuel había nacido en Monteros, vestía de traje con un porte muy elegante, caminaba siempre erguido y bien peinado. Pero por dentro, era más criollo que ninguno, le gustaba el folklore, las noches de peñas, de copas y palabras hasta el amanecer. De generosa sonrisa, era un experto en García Lorca y lo recitaba como un poseído por las Musas.
También frecuentaba La Peña el menor de los Hermanos Ábalos, Vitillo, que tenía la misma impronta: por fuera parecían lords ingleses o señores franceses –de quienes hemos sido colonia-, pero por dentro, eran puro bombo, zambas, chacareras, arrope de mistol o miel de caña. Andújar salía de noche, como los Ábalos salían a escena, de saco y corbata. Esa misma costumbre tenían los humoristas de Les Luthiers, que eran bien argentinos, pero salían a escena de smoking. Era una época, como cuando el humorista Tato Bores se vestía de frac. Me dijeron que Juan Saavedra dijo alguna vez que Manuel Andújar era uno de los más grandes bailarines masculinos de zamba de toda la Argentina.

El mayor bailarín de zambas de Argentina
¡Había que verlo a Manuel! El más austero en movimientos, con una simpleza a la que sólo se llega como síntesis final, luego de mucha experiencia. Invitaba a cualquier mujer, mayor o jovencita, a bailar entre las mesas, porque La Peña no tenía pista de baile. A veces corrían las mesas para hacer el espacio. Alguien tocaba y/o cantaba una zamba, y “el Maestro” se desplegaba como protagonista de una escena teatral, con una historia que incluía presentación, nudo y desenlace. Había que ver cómo se erguía y no le despegaba la mirada a su pareja. Siempre con su pelo fijado, elegante, varonil, bien macho, como era la costumbre criolla y gauchesca. Y llegando al final de la zamba, le arrebataba el pañuelo a la dama y se lo tiraba al piso en ademán de reclamo de su mirada, de su atención, de su amor, coronando la mágica danza, la más simple y la más difícil de bailar bien, con la coreografía más sensual, con un encuentro de dos rostros que pegaban sus narices, diciéndose Sí con una mirada íntima. Por eso decimos que la zamba es la danza más compleja y la más difícil de bailar bien, a pesar de su simple coreografía. Y es la más sensual de todas. Es la danza de seducción por excelencia.

Andújar le cambia la vida al Colorado con un consejo
El Negro Andújar me decía: “Tenés que hacer terapia, Colorado, porque tenés nafta de avión, pero chasis de auto Gordini” (porque era un auto chiquito y poco poderoso). Gracias a él, un día me decidí a hacer terapia, varios años después. ¡Y me cambió la vida, para bien! Él quería que fuera a hacer terapia con su amigo Carlos Pérez, pero nunca lo contacté. Aunque le hice caso a medias, ya que comencé terapia con una psicóloga que me ayudó a madurar y a decir que NO, hasta que logré volver a enamorarme, tener una hija, ser papá, volver a manejar autos y tener el mío, y definitivamente, decirle que NO a mi Peña que tanto amaba y que tanta felicidad e identidad me había dado. Pero percibía que debía abandonar esa actividad porque ya me provocaba más angustia que felicidad, y me frustraba vocacionalmente, ya que no me dejaba tiempo para escribir. Claro que no me fue fácil tomar semejante decisión.
Los lunes de paella con Andújar en La Peña
En los comienzos de la cuarta mudanza de La Peña -a la calle Güemes al 3657 de Palermo-, no abríamos los lunes. Y el Negro nos propuso a los dueños, que en ese momento éramos cuatro, juntarnos un lunes en la peña, con él, con algunos músicos amigos y algunos empleados, a comer paella de mariscos. Él mismo la cocinaba con gran maestría, porque conocía los tiempos de cocción de cada marisco. Se traía una paellera grande y era un artista de la cocina, mientras contaba anécdotas. Se brindaba a todos por igual, jamás lo vi discriminar a alguien. De todos se hacía amigo, aunque claro que tenía sus preferencias. Repetimos varias veces esos inolvidables lunes de paella.
Manuel Andújar, García Lorca y Federico Pensado
Le gustaba quedarse hasta altas horas de la noche y muchas veces lograba encenderse por dentro, con el fuego interior de un vino bien bebido, sin perder la conciencia jamás, y se ponía a recitar a García Lorca, poseído como en una Salamanca. Curiosamente esta concepción mítica y sagrada nos viene de la región de Andalucía, del sur de España, con gran influencia árabe. Andújar era una eminencia argentina en el conocimiento del gran poeta, e iba a dar conferencias sobre Lorca a la misma España. Una madrugada le presenté a mi talentoso amigo Federico Pensado, explicándole que “Fede” había escrito el precioso libro Antropofagia, a través del cual descubrí que era un gran investigador y conocedor de García Lorca, además de escribir en ese libro sobre el Teatro Noh, de los japoneses, la Tauromaquia española y la Cultura americana. El Negro lo saludó y guiñándome un ojo, dijo: “Vamos a ver si es verdad que sabe de Lorca.” Y le hizo una pregunta muy sutil, que muy pocos saben responder. “Fede” contestó al instante, sin dudar. Y el Negro me miró y me dijo: “Tu amigo sabe de Lorca”. Y empatizaron toda la noche.

La despedida de Manuel
Cuando dejé La Peña -porque ya no cerraban las cuentas ni para pagar los sueldos- seguí en contacto telefónico con Manuel. Habían pasado unos años, cuando un día me llegó un mensaje de él por Whatsapp. Decía: “Hola Colorado. Fui al médico a hacerme un estudio del corazón y mirá lo que me encontró. Y me envió una foto de un cenicero de losa que años atrás habíamos regalado a algunos clientes de La Peña, con la inscripción La Peña del Colorado. Pero como él fumaba, poco, de noche, pero fumaba –era un fumador social- le había colocado un cigarrillo encendido y había producido una foto artística. Me emocionó el tierno y emotivo gesto que me enviaba mi amigo y maestro del alma. Y me llegaba en un momento que yo estaba atravesando una crisis económica y, luego de vivir tanta fama, ya pocos me llamaban y muchos menos me ayudaban a salir del “pozo”. Pero muy poco tiempo después me llamó mi amigo tucumano, Gogui Lazarte -que había sido cliente de La Peña desde la primera hora de la calle Salguero 3085 y muy amigo de Andújar, ambos muy peñeros- para darme la triste noticia de que Manuel había fallecido en Tucumán de un infarto masivo. Su esposa, mi querida amiga, Josefina Alonso, me dijo que no notó para nada que Manuel supiera por anticipado lo que le iba a pasar. Gogui me dijo que a él también le había enviado la foto del cenicero con la misma leyenda. Y que se lo había enviado a todos sus amigos que habían frecuentado La Peña. Eso me emocionó aún más. Y Josefina me dijo que Manuel había hallado el cenicero de La Peña en su departamento de Buenos Aires, donde atendía a sus pacientes, y se había puesto muy contento. Que había bajado a comprar cigarrillos para producir la foto y enviar un mensaje a todos sus amigos peñeros. Y que al regresar a Tucumán con su familia, se lo había contado a ella, con alegría. Me dijo que estaban proyectando un viaje turístico a Brasil por su aniversario de casados. Por eso, seguramente, la “parca” lo agarró de sorpresa.

Querido Manuel Andújar: seguís estando en nuestros corazones con tu ejemplo de hombre feliz a causa de vivir a puro folklore, a diario, en la danza, como en las comidas y en la música. Siempre sonriente, solidario, atento, sabio, inteligente, elegante y culto. Bien criollo. ¡Qué peñas estarás armando en el Cielo! ¡Hasta siempre, Amigo de mi alma!
Esteban “Colorado” López