Poesía y Canciones
El lado más pájaro.
La poesía es un inmenso y distinguido estruendo de luz.
Igual que un alimento de calidad, debemos ingerir sus cualidades con ansia y placer,
y abordarla cotidianamente como una travesía insustituible.
Desde aquí trataremos de honrar sus implacables dimensiones
para crecer en la esperanza y la dicha.
José María “Sejo” Sosa,
Coordinador de la sección Poesía.

La vida dos veces
Miren cómo sonaba allá en mi barrio agreste
este nombre caído de los mares lejanos:
Toddy Deussán. Un chico alimentado a lirios.
Una flor de su madre que soñaba otra vida.
Supe que no querían que jugara conmigo
porque yo era la forma del pánico y el hambre
y la más descarada miseria por el mundo.
Pero Toddy, esa gracia hecha de mimbre y aire,
vivía hipnotizado por mi gran aventura.
Cuando huía del ojo celoso de su madre
se acercaba a mi sombra con cierto desenfado,
se mostraba sonriendo sus ignotos tesoros
y me buscaba el lado más pájaro del alma.
El descubrió en mis ojos cierto país del sueño
donde se desnudaba un ángel con harapos,
algunos yacimientos de enterrada inocencia
y un gran rompecabezas de ternura en mis manos.
Un día, ya vencidos por nuestra resistencia,
los padres me dejaron entrar en el santuario,
nos sirvieron un río de leche y mediaslunas
y yo los deslumbré dibujando caballos.
Después, siguió la vida, como siempre sucede,
volvió el viento de agosto y crecieron los árboles;
sus padres, que tenían el sueño de otra vida,
una tarde ceniza se mudaron de barrio.
Yo olvidé al canillita en un cruce de esquinas,
entré al jornal violento del vino y los obrajes,
vestí los portentosos pantalones del viento
y descubrí mi oficio de fábula y guitarra.
Toddy, se llama A!fredo Deussán, vive en Mendoza,
casó con otro mimbre hace muchos veranos,
seguramente tiene un puñado de niños
y es una pajarera su comedor de diario.
Acaso, un año de éstos, cuando vuelva al oeste,
llame a su puerta clara y despierte sus pájaros,
sólo porque un amigo es la vida dos veces
y desde aquella tarde no dibujo caballos.
Armando Tejada Gómez – Cosas de Niños (1991)
“El lado más pájaro del alma” – escribió Tejada. ¿En qué nido de nuestras pasiones, de nuestros misterios, de nuestros silencios, descansa esta ave secreta? ¿Qué oculto bosque elige, qué cosas canta? “Al pájaro se lo interroga con su canto” advirtió la poeta pampeana Olga Orozco ¿Dentro de cuántos pájaros encontraremos nuestro canto? – podríamos responderle a Olga, si no nos interrumpiera el poema nacional: “como el ave solitaria con su cantar se consuela” Según León Felipe, “el poeta cuenta su vida primero a los hombres; después, cuando los hombres se duermen, a los pájaros”.
Los pájaros median entre el cielo y la tierra, se burlan de la rígida estatua y del moderno edificio, del barco muerto y de los escombros de las pasiones humanas: llenan de vida la lápida y de alegría al jardín del hospital, se le atreven a los patios de las cárceles y a los campos minados. Por eso es que intentamos hallar el lado más pájaro del alma: “Vuelo y no vuelo pero canto: soy el pájaro furioso/ de la tempestad tranquila” se autorretrata Neruda, el que se hacía llamar “poeta provinciano pajarero”, porque si se le pudiera preguntar a los pájaros que les hubiera gustado ser, de no haber sido aves: poetas, responderían sin dudarlo. Y es lógico, entre los poetas y los pájaros hay una camaradería, tan estrecha como la del perro y el mendigo. Los poetas traducen el lenguaje de los pájaros: “el pájaro que vuela en mi voz” sentencia Juan Gelman “ y como sílabas negras, las golondrinas/ dicen adiós, dicen adiós” advierte Jaime Dávalos; “Garzas viajeras, novias leves del azul”, devela Aníbal Sampayo, dejando sin chances a los otros colores, que también pretenden a este pájaro. Antonio Esteban Agüero, no sólo que escribe “cementerio de pájaros”, sino que se atreve a postular a la cigarra como ave: “Yo proclamo que es ave verdadera/ mal que te duela, torpe Zoología/ no canta, acaso, di ¿no se gloria de ser una criatura volandera?”.
Y qué diferencia hay entre un pájaro y un ángel: el pájaro se parece al obrero del puerto, al vagón abandonado entre la hierba, al músico callejero, al niño pordiosero; aunque también al enamorado y al atleta; en cambio el ángel es más inaccesible, nunca huele a establo o a sexo, más bien a templo, a adorno dorado, a cielo para algunos.
El lado más pájaro del alma, dijo Armando Tejada Gómez y podríamos pasarnos una vida intentando alcanzar esa zona de uno mismo, aunque la flor que envejece en el libro, y el sol que rejuvenece el rostro del anciano, y la vida que parece reiniciar el juego cada vez que un poema, que un abrazo, que una copa de vino, que una utopía, que un Peteco Carabajal enciende su canto: Las manos de mi madre/ parecen pájaros en el aire/ historias de cocina/ entre sus alas heridas de hambre.
Pedro Patzer – Ver blog aquí.
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