La vida dos veces, de Armando Tejada Gómez

Preámbulo

Compartir los deleites y valores de la infancia origina el mérito, y también el privilegio de sentirse palpitar en un estado de camaradería y fraternidad.

Quien soslaya la huella de la niñez, y no evoca su inocencia, establece en su desarrollo personal un suceso de impiedad y agonía.

Porque confraternizar en la niñez, nos educa en el respeto, la diversión, la cooperación, el afecto y la aventura.

Por suerte, la memoria nunca desatiende el hábito entrañable de trazar recuerdos, ensueños y quimeras.

Hubo una vez, así lo relata este poema, que dos vidas acuñaron y enaltecieron sus lados “más pájaro”, en medio de pajareras, de ríos de leche y de caballos.

José María “Sejo” Sosa, 

Coordinador de la sección Poesía.

Poema

Miren cómo sonaba allá en mi barrio agreste
este nombre caído de los mares lejanos:
Toddy Deussán. Un chico alimentado a lirios.
Una flor de su madre que soñaba otra vida.

Supe que no querían que jugara conmigo
porque yo era la forma del pánico y el hambre
y la más descarada miseria por el mundo.
Pero Toddy, esa gracia hecha de mimbre y aire,
vivía hipnotizado por mi gran aventura.

Cuando huía del ojo celoso de su madre
se acercaba a mi sombra con cierto desenfado,
se mostraba sonriendo sus ignotos tesoros
y me buscaba el lado más pájaro del alma.

El descubrió en mis ojos cierto país del sueño
donde se desnudaba un ángel con harapos,
algunos yacimientos de enterrada inocencia
y un gran rompecabezas de ternura en mis manos.

Un día, ya vencidos por nuestra resistencia,
los padres me dejaron entrar en el santuario,
nos sirvieron un río de leche y mediaslunas
y yo los deslumbré dibujando caballos.

Después, siguió la vida, como siempre sucede,
volvió el viento de agosto y crecieron los árboles;
sus padres, que tenían el sueño de otra vida,
una tarde ceniza se mudaron de barrio.

Yo olvidé al canillita en un cruce de esquinas,
entré al jornal violento del vino y los obrajes,
vestí los portentosos pantalones del viento
y descubrí mi oficio de fábula y guitarra.

Toddy, se llama Alfredo Deussán, vive en Mendoza,
casó con otro mimbre hace muchos veranos,
seguramente tiene un puñado de niños
y es una pajarera su comedor de diario.

Acaso, un año de éstos, cuando vuelva al oeste,
llame a su puerta clara y despierte sus pájaros,
sólo porque un amigo es la vida dos veces
y desde aquella tarde no dibujo caballos.

De Cosas de Niños (1991)

Semblanza de Armando Tejada Gómez

“El lado más pájaro del alma” – escribió Tejada. ¿En qué nido de nuestras pasiones, de nuestros misterios, de nuestros silencios, descansa esta ave secreta? ¿Qué oculto bosque elige, qué cosas canta? “Al pájaro se lo interroga con su canto” advirtió la poeta pampeana Olga Orozco ¿Dentro de cuántos pájaros encontraremos nuestro canto? – podríamos responderle a Olga, si no nos interrumpiera el poema nacional: “como el ave solitaria con su cantar se consuela” Según León Felipe, “el poeta cuenta su vida primero a los hombres; después, cuando los hombres se duermen, a los pájaros”.

Los pájaros median entre el cielo y la tierra, se burlan de la rígida estatua y del moderno edificio, del barco muerto y de los escombros de las pasiones humanas: llenan de vida la lápida y de alegría al jardín del hospital, se le atreven a los patios de las cárceles y a los campos minados. Por eso es que intentamos hallar el lado más pájaro del alma: “Vuelo y no vuelo pero canto: soy el pájaro furioso/ de la tempestad tranquila” se autorretrata Neruda, el que se hacía llamar “poeta provinciano pajarero”, porque si se le pudiera preguntar a los pájaros que les hubiera gustado ser, de no haber sido aves: poetas, responderían sin dudarlo. Y es lógico, entre los poetas y los pájaros hay una camaradería, tan estrecha como la del perro y el mendigo. Los poetas traducen el lenguaje de los pájaros: “el pájaro que vuela en mi voz” sentencia Juan Gelman “ y como sílabas negras, las golondrinas/ dicen adiós, dicen adiós” advierte Jaime Dávalos; “Garzas viajeras, novias leves del azul”, devela Aníbal Sampayo, dejando sin chances a los otros colores, que también pretenden a este pájaro. Antonio Esteban Agüero, no sólo que escribe “cementerio de pájaros”, sino que se atreve a postular a la cigarra como ave: “Yo proclamo que es ave verdadera/ mal que te duela, torpe Zoología/ no canta, acaso, di ¿no se gloria de ser una criatura volandera?”.

Y qué diferencia hay entre un pájaro y un ángel: el pájaro se parece al obrero del puerto, al vagón abandonado entre la hierba, al músico callejero, al niño pordiosero; aunque también al enamorado y al atleta; en cambio el ángel es más inaccesible, nunca huele a establo o a sexo, más bien a templo, a adorno dorado, a cielo para algunos.

El lado más pájaro del alma, dijo Armando Tejada Gómez y podríamos pasarnos una vida intentando alcanzar esa zona de uno mismo, aunque la flor que envejece en el libro, y el sol que rejuvenece el rostro del anciano, y la vida que parece reiniciar el juego cada vez que un poema, que un abrazo, que una copa de vino, que una utopía, que un Peteco Carabajal enciende su canto: Las manos de mi madre/ parecen pájaros en el aire/ historias de cocina/ entre sus alas heridas de hambre.

Pedro Patzer – Ver blog aquí.

Armando Tejada Gómez fue uno de los poetas más relevantes del folklore argentino en el siglo XX y autor de “Canción con todos”, verdadero himno latinoamericano compuesto junto a César Isella. A principios de los años 60 fundó el Movimiento del Nuevo Cancionero junto a Oscar Matus y Mercedes Sosa, y sus letras de profundo compromiso social lo convirtieron en un referente de la música popular de América latina. Murió el 3 de Noviembre de 1992.

Tejada Gómez nació el 21 de abril de 1929, en el seno de una familia de bajos recursos, descendiente de los indios huarpes de la región cuyana. Sus padres eran trabajadores rurales humildes que tuvieron 23 hijos, siendo Armando el anteúltimo. Cuando tenía cuatro años murió su padre y la escasez de recursos provocó que la madre tuviera que dar a sus hijos a otras familias para que no murieran de hambre.

Quedó a cargo de una tía, Fidela Pavón, quien fue su mentora y le enseñó a leer y recitar poemas. Debido a su condición de extrema pobreza, tuvo que salir a trabajar desde los 6 años de canillita y lustrabotas por las calles de Mendoza. El contacto con una dura realidad lo volvió sensible a las injusticias sociales. A los 15 años leyó el Martín Fierro y comenzó a trabajar de obrero, interesándose activamente por las luchas de la clase trabajadora. 

Comenzó a escribir y recitar poemas en actos y jornadas de protesta sindicales.  Esta vocación se consolidó en 1950, cuando ingresó a trabajar como locutor en Radio LV10 de Cuyo. Allí conoció a Oscar Matus, con quien formó una sociedad musical muy productiva. Canciones como “Los hombres del río”, “Tropero padre” y “Coplera del viento” entre otras, lo convirtieron en uno de los grandes compositores del género. 

El Movimiento Del Nuevo Cancionero

La sociedad musical que Tejada Gómez llevó adelante con Oscar Matus fue creciendo hasta el punto de agrupar a varios nuevos artistas de fines de los ´50, que denunciaban los atropellos del capitalismo y reivindicaban las luchas sociales. En ese marco, y junto a una joven cantante llamada Mercedes Sosa -pareja de Matus- fundaron las bases del denominado “Nuevo Cancionero Nacional”. En su manifiesto fundacional hablaba de “la integración de la música popular en la diversidad de las expresiones regionales del país”, junto con “la participación de la música típica popular y popular nativa en las demás artes populares”. El desarrollo de estas convicciones artísticas y sociales lo convirtieron en un referente indiscutido de la canción popular latinoamericana. En 1969 compuso junto con César Isella, “Canción con todos”, uno de los clásicos del repertorio regional, magníficamente interpretado por Mercedes Sosa. 

Un poeta social

Poeta de la problemática social, Tejada alcanzó el segundo lugar en el V Concurso Literario Municipal de Mendoza por la publicación de su primer libro “Pachamama: poemas de la tierra y el origen” (1954). Este libro comenzó a darle una fama cada vez mayor y en 1955 resultó ganador de otro concurso en su ciudad natal que le otorgó la posibilidad de publicar “Tonadas en la piel”, su segundo poemario que fue prologado por el reconocido folclorista Jaime Dávalos. El poema “Hay un niño en la calle”, de su tercer libro publicado “Antología de Juan” (1958) representó una de las denuncias sociales más impactantes de la época con versos que aún hoy se recuerdan: 

A esta hora exactamente hay un niño en la calle.
(…)
y saber que a esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la madre del niño innumerable
que sale y nos pregunta con su rostro de madre:
qué han hecho de la vida,
dónde pondré la sangre,
qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.

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