Soledad Montoyera, de Marcelino Román

Preámbulo

No importa el cómo, el dónde, ni el por qué. Pero, sabemos que el desamparo y las ausencias, con su epílogo, la angustiante soledad, suelen trazarnos un sombrío horizonte, que borra toda esperanza de alcanzar los encantos de la fraternidad, así como los de la entrecasa y sus misterios.
Y, lo peor, es que, es muy difícil, desterrar el rumbo de ese desconsuelo.

José María “Sejo” Sosa, 

Coordinador de la sección Poesía.

Poema

Veo, al monte, juntar sombras, mientras pesco, en un ramblón;
un domingo de los peores, solito mi corazón.
El perro, ha venido a echarse, aburrido, como yo;
atado cerca, en un limpio, pastea mi mancarrón.

Como a una vara del agua, vuela el Martín Pescador,
como aguaitando el momento, de pegar el zambullón.
Medio, como descontento, vine a dar a este rincón;
ya, ni me gusta echar humo…masco el tabaco,  mejor.

Uno, es peón de campo, ¡claro!, es carrero, es arador,
es tropero en ocasiones, y, de a ratos, domador.
Sabe trabajos de monte, de guascas, y, de galpón,
sabe remediarse en todo, pero, siempre, anda pobrón.

Me pongo a escuchar las aves, y, del vacaje, el rumor;
no me interesa el anzuelo, hay puro descarnador.
Grita porfiado el carau, y ,el carancho, alza la voz
y, sigue , el protestadero, como viejo rezongón.

Raya el aire atardecido, del bañado,  el rayador,
la gallineta, de lejos, manda su grito burlón.
Llamo al perro, monto el bayo; el domingo terminó.
Mañana, será otro día,  solito mi corazón.

Semblanza de Marcelino Román

Nació en Villa Ángela, Victoria (Entre Ríos) el 2 de junio de 1908. Luego de vivir más de una década en Nogoyá, se radica en Paraná, donde falleció el 10 de mayo de 1981. Se dedicó al periodismo hasta obtener el retiro jubilatorio, y fue un estudioso del folclore.
Poeta de autoformación, encarna la filosofía popular y busca interpretar, con el apoyo del estudio, el momento histórico y la conformación de una mentalidad americana.
Afirma: «No es verdad que el poeta maneje únicamente palabras. Las palabras representan ideas. El poeta no es un simple ordenador de sonsonetes ni un funambulesco practicante de juegos imaginativos y retóricos. Cualquiera sea su organización mental, es también un hombre de pensamiento. Y el pensamiento, por su propia condición dinámica, es siempre militante». Se comprende por qué le preocupa menos lo formal que la idea. Lector y trabajador infatigable, su experiencia vital en ambientes campesinos y ciudadanos proporciona un material que su vocación de protesta aprovecha con espontaneidad. Porque «Necesitamos una poesía que diga lo que somos y lo que queremos; que nos exprese como pueblo con un lugar determinado en el espacio y en el tiempo, con su entera realidad social y espiritual».
«Los de Román son poemas como proclamas. Casi estaría por decir- declara Elio C. Leyes- que son proclamas poéticas. […] Por eso, porque toda su obra quiere la reivindicación de los derechos del pueblo, fue hombre amado y celebrado por sus coterráneos. […] La poesía payadoesca, que ya se había exteriorizado gallarda y fuerte con Hidalgo, Hernández y Ascasubi, se ciudadanizó con Marcelino M. Román, un gaucho de los colindantes con los de Gerchunoff que dejó de usar el chiripá y las alpargatas y se hizo primero habitante del suburbio y luego ya decididamente vecino del centro sin perder, y ahí está su virtud grande, su gauchedad».

Cuando yo hablo de lo gaucho
no nombro ninguna raza:
estoy mostrando un estilo
una conducta y un alma.
Ser gaucho quiere decir
ser un hombre de palabra,
sin revés y parejito
de corazón y de agalla».

Su poesía está referida al hombre acosado por el desamparo, a las costumbres de la comarca, a la tradición que enraiza en esta tierra que ama. Ajeno a pintoresquismos habituales en falsos folcloristas, Román es un trabajador serio, profundo, que a la sapiencia del hombre familiarizado con la tierra añade el estudio científico. También rescata del olvido ciudadano formas características del castellano hablado en Entre Ríos, de extraordinaria propiedad.

Milagros de la tierra y del hombre
Las penas de mi pueblo
me desgarran el pecho;
palpo a mi país en mis heridas
y las llagas de América en mi vida.
Entre los seres y las cosas,
en el amor de todo lo que amo,
mi alma anhelosa busca
la fuente verdadera del milagro.
Rechazo a todas las deidades
y voy a conversar con mis hermanos.
Por ciudades y campos y caminos,
se me agolpan las penas,
pero también aumenta mi optimismo.
Sobre la tierra que labra
sus milagros en gestación callada
mientras los días se adensan;
donde el dolor del pueblo se decanta;
donde la historia se alimenta
con nuestra sangre y nuestros sueños;
donde se juntan las esperanzas dispersas;
debajo de los grandes silencios;
más allá de las lágrimas
de las dolidas madres proletarias,
el hombre está elaborando
los milagros del tiempo nuevo.
Ya en la luz de los días augurales
Se adelantan las voces victoriosas del pueblo.

Más allá de la angustia, del drama individual y social, hay en Marcelino Román la expresión de una esperanza. Por eso en «Tierra y gente», junto a la polémica por momentos fervorosa, asoman los sueños del hombre rural por cuya boca discurren sus reflexiones.
Puede afirmarse que desde Bartolomé Hidalgo, el primer poeta criollo del Río de la Plata, no se escuchaba una voz tan combatiente y con un acento telúrico tan marcado; aunque a diferencia de aquél, el victoriense embellece lo tosco con su calidad poética.
Pero también hay en la obra de Marcelino Román otra estética valiosa, en el ejercicio de la erróneamente llamada poesía culta. La belleza se prodiga con generosidad, como en este soneto que lo coloca en una línea poética que entronca con poetas del Siglo de Oro español, en especial con Garcilaso de la Vega por lo delicado del sentimiento y lo gentil de la expresión:

Corazón desatendido


De un viejo aroma de la tarde asid,
sin la promesa ni el presentimiento,
vagaba el triste corazón sediento
deshojando su amor desatendido.
Muriendo de recuerdos y de olvido,
sin nadie en la emoción de aquel momento,
herido por la música y el viento,
con el viento y la música perdido.
Donde nadie escuchaba su lamento,
lejos de lo soñado y lo querido,
bajo la soledad y el descontento,
en el mundo del humo descendido,
entre la multitud y sin aliento,
la dulce hora lo encontró caído.

Bibliografía:
– Julio C. Pedrazzoli: «Román, Marcelino». En la «Enciclopedia de Entre Ríos». Tomo VI. Arozena Editores, Paraná (Entre Ríos), 1987.
– Spagnuolo, Marta y Erguy, Luis R.: «Marcelino Román. De la querencia entrerriana a los caminos de la tierra». Rev. Folklore Nº 186. Buenos Aires, junio de 1970.
– Turi, Antonio Rubén: «Pájaros de dos plumas». El Diario. Paraná (Entre Ríos), 23/12/74.
– Longo, Iris Estella: «Voces de Entre Ríos». Editorial Colmegna. Santa Fe, 1986.
– Murature de Badaracco, María del Carmen: «Marcelino M. Román». Diario La Mañana. Victoria (Entre Ríos), 7/10/57.
– Leyes, Elio C.: «Marcelino, su tierra y sus gentes». Diario «La acción». Paraná (Entre Ríos), 1/8/81.

Obras:

«Cantar y soñar»
«La humana canción»
«Calle y cielo»
«Tierra y gente»
«Pájaros de nuestra tierra»
«Coplas para los hijos de Martín Fierro»
«Canciones del Mar Caribe»
«Tierra de amor»
«Sentido y alcance de los estudios folclóricos»
«América criolla»
«Itinerario del payador»
«La querencia y los caminos»
«Reflexiones y notas sobre poesía y crítica»
«Tiempo y hombre»
«Nuevas coplas para los hijos de Martín Fierro»
«Comarca y Universo»

Una opinión

«A lo mejor, cuando llegue el siglo de su nacimiento, reciba – póstumamente, es de temer según la norma – el tentacular abrazo consagratorio de los cefalópodos que envasan con tanto primor eso por lo común denominado literatura. Entonces, los pájaros criollos de Román echarán a volar multiplicados en la imaginación de escolares futuros que podrán disfrutarlos en deliciosos textos con encantadoras ilustraciones a todo color. Pues resulta incuestionable que el aula es ambiente apropiado para leer «Pájaros de nuestra tierra». Es cuestión de tener un poco de paciencia, querido Marcelino«.


Fuente.

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